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La Historia como "sistema" en José Ortega y Gasset.

 

 

Raúl J. Martínez.

  

Periodista. IEHS.

 

 

Uno de los grandes filósofos hispanos de nuestra edad contemporánea, especulador vitalista e infructuoso "consejero de príncipes", José Ortega y Gasset [1883-1955] nos ha legado una de las más preciosas determinaciones del "sentido de la historia". En su obra Historia como sistema explicaba como todo lenguaje, método y tiempo historiográfico necesita de una "razón" que explique sus realizaciones y sus creencias elementales. “La vida humana es una realidad radical”, y "a ella tenemos que referir todas la demás realidades, efectivas o presuntas, que tiene que aparecer de un modo u otro en ella". Para Ortega y Gasset, "la vida es que hacer, porque la vida no nos es dada, sino que necesitamos hacérnosla nosotros" (pág. 9).


a) El sistema de creencias.


Para poder decidir sobre lo que va a hacer o ser, "el hombre debe poseer algunas convicciones sobre las cosas que le rodean o los otros hombres". Por ello, el hombre debe "estar siempre en alguna creencia, y que la estructura de su vida depende primordialmente de las creencias en las que esté, siendo los cambios decisivos de la humanidad los relacionados con los cambios de creencias, en su intensificación o debilitación".


De ello se deriva la máxima historiográfica de Ortega: "el diagnóstico de una existencia humana-de un hombre, de un pueblo, de una época- tiene que comenzar filiando el repertorio de sus convicciones. Son estas el suelo de la vida. Las creencias son lo que verdaderamente constituye el estado del hombre; pero este repertorio no posee en ningún individuo ni en ninguna época una articulación plenamente lógica cuando se presentan como simples idea; en su coexistencia, las ideas son en muchas ocasiones contradictorias o inconexas". Ahora bien, "la creencia no es simplemente una idea". Mientras la idea supone un “pensamiento” espontáneo, un acto de pensar que no afecta siempre a nuestro comportamiento10, la creencia es una función que orienta nuestra conducta. Las creencias si forman un sistema articulado desde el punto de vista lógico o intelectual; poseen una articulación vital, suponen una estructura jerárquica (creencias básicas o fundamentales, radicales derivadas y subordinadas). Esta estructura permite, pues, "el entendimiento de su orden interno, y con él, el de la vida humana" (pág. 11).


Pero este diagnóstico de la existencia humana, debe fijar "su creencia fundamental, la decisiva". La historia supone por ello, "el método para fijar el estado de las creencias en cierto momento, y compararlo con otros momentos" (pág.12).

 


b) La razón histórica.


Las creencias constituyen en estrato básico de la arquitectura de la vida. Vivimos de ellas, “somos nuestras creencias”. “Aparte de lo que crean los individuos como tales, es decir, cada un por si y por propia cuenta, hay siempre un estado colectivo de creencia”, una fe social que puede coincidir o no con la individual; un estado de fe establecido colectivamente y con una vigencia social (págs. 18-19). Esta creencia colectiva posee un carácter social de “vigencia”. A lo largo de la historia, mutan este conjunto de creencias colectivas (fe en la religión, en la ciencia): verdades propias, posiciones claras y firmes, naufragando así las sociedades en ellas apoyados (pág. 20).


Este es el caso de la “razón científica”, en claro naufragio al mostrar métodos incapaces de comprender la “vida como realidad radical”. La beatería en la razón física no tiene que decir nada de los problemas verdaderamente humanos desde la racionalidad naturalista. Frente a ella se alza una “razón vital e histórica” (págs. 25-26). La razón naturalista, que se ocupa de la naturaleza del hombre, inserta en el positivismo de Comte, descubre ésta inmóvil y permanente; mientras, la razón histórica se ocupa de ella con categorías y conceptos ligados a lo propiamente humano (pág. 27-28). Pero una primera reacción, la Geisteswissenschaften o ciencias del espíritu, morales o de la cultura tampoco lo lograron; el idealismo alemán situó al hombre ante que la naturaleza como Geist. La compresión de lo humano como realidad espiritual se alejó de conceptos claros, cayendo en “irresponsables utopías”. Su negación radical de la realidad obviaba que “la naturaleza es la interpretación transitoria que el hombre ha dado a lo que encuentra frente a si en su vida”. Por ello, "a esta realidad radical somos, pues, referidos" (pág. 39).


La razón fisicomatemática, tanto en su forma de naturalismo como en su forma beatífica de espiritualismo, afrontaba los problemas humanos buscando la naturaleza del hombre, pero no la encontraba no como “cuerpo”, ni como espíritu. Para Ortega, “el hombre es un drama, un acontecimiento” (págs. 40-41).

 

c) La experiencia de la vida.


"Existen diversas posibilidades de ser, pero a nuestra espalda está lo que hemos sido", señalaba Ortega." El hombre europeo sigue siendo todo lo que fue", pero en la “forma de haberlo sido”. Sigue siendo todas las experiencias realizadas “por haberlas sido”; y es este hecho la fuerza que más automáticamente impide serlo, que impide ensayar con ilusión algunas de esas actitudes pasadas. Al final del camino "la experiencia de la vida determina la realidad de la vida actual, es un conocimiento conservado en la memoria y acumulado en nuestra realidad de hoy" (pág. 49).

 

 

Véase José Ortega y Gasset, Historia como sistema. Madrid, Espasa-Calpe, 1971.

 

 

 

La Razón Histórica, nº3, 2008 [16-18], ISSN 1989-2659. © IPS.

 

 

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